Admiración

Cada vez admiro menos gente. Será la edad, será cierta madurez de la que no reniego, será que con el correr del tiempo esa cosa tan común pero personal que llamamos vida, me demuestra que la admiración poco tiene que ver con lo real.
Admirar a alguien significa, quizás de modo inconciente, suspender en la evaluación todo síntoma de flaqueza y contradicción que puede tener esa persona. La admiración se nutre de la idolotría, un estado en el que lo que prima es la ceguera para advertir lo que no nos gusta de alguien.
Mientras mi admiración disminuye su cantidad de "usuarios únicos", paralelamente crece mi tolerancia hacia los demás. Con la madurez antes descripta me doy cuenta que las personas no son como quisiéramos, sino como son. Que putear contra un corte de calle piquetero no te convierte en fascista, sino quizás simplemente en una persona que tiene calor y quiere llegar sin demoras al lugar que se había propuesto. La admiración y la idolatría, pienso, precisan de una lectura política de todas las cosas. Un cristal para medir bondades y maldades.
Las personas que admiran rigen la vida con la moral de los otros. Los que admiramos cada vez menos nos damos cuenta que los otros son otros, están fuera de nuestro alcance y que cada uno lleva sus asuntos como puede y como le sale.