Más de bares
El cierre del Británico me impulsa. Jamás pensé que por ausencia u omisión (insisto: nunca fuí al Británico) iba a terminar siendo fuente de insipiración. Entonces, hablemos de bares y empecemos por la inspiración. La costumbre ir a bares es universal. No es solamente patrimonio del porteño sabelotodo y chanta, arreglador del mundo sin moverse del lugar, sino también de norteamericanos, polacos, franceses, italianos, turcos y griegos. Mucha vida pasa por los bares. Usualmente hay quienes creen que la atmósfera de un bar es la causante de escribir novelas, poemas, preparar exámenes y otros derivados del trabajo intelectual.
Me ha pasado de entrar a un bar especialmente elegido por mí, con la mesita a la calle, el cafe aromático, los fumadores ahumándose en la zona de exclusión, el libro abierto y nada de lectura. No pude o no quise, pero no pude leer.
Me ha pasado de estar en lugares impensados como una andén de subte, con calor y rodeado de abrigos con olor a naftalina y encontrarme sumergido en la lectura de algo interesante.
El bar es el escenario, no la obra. La obra es nuestra. Nuestras ganas de leer, escribir o pensar.
Conocí a alguien que creía que era periodista y que insistía con que su sueño era tener una cabaña en la montaña, la chimenea encendida, una copa de algún licor al lado, un habano encendido y ponerse a escribir una novela. Su sueño empezaba al revés: quizás sentando el culo a diario en cualquier lugar e intentándo escribir una novela, no digo la primera, pero quizás la segunda o la tercera podrían proporcionarle un éxito tal como para tener una cabaña en la montaña, la chimenea con las leñas ardiendo, el licor de arándanos al lado y el puro en la boca.
El bar de Buenos Aires es la imagen también de una sociedad improductiva. Charlatanes, gastadores de los más jóvenes, presumidos, sabihondos del pico para afuera, en fin, el típico coro discepoliano, ha sido el símbolo de gente que creyó estar haciendo algo de su vida.
Lamento haber perdido tanto tiempo en el bar Pernambuco de Corrientes y Rodriguez Peña hablando de política, dirimiendo si el cine francés era mejor que el norteamericano, en vez de ver como hacía para estudiar cine. Pero ahora que lo vuelvo a pensar, tal vez lo que yo quería en ese momento era eso: verme como reflejo de esos personajes mayores que daban cátedra de mesa en mesa con aires superiores. Por suerte eso es como un dolor de panza: se va solo.
Los bares son lindísimos. Acompañan, comunican a las personas, le dan marco a las iniciativas. Son hasta zonas de descanso para ciertos momentos del día.
Hoy veo cantidades de estudiantes preparándo sus exámentes en los 24 horas de las estaciones de servicio. Sitios impersonales que sólo sacan de apuro. Pero no están hay en una búsqueda de una escenografía, sino de producir la obra de su propia vida.
Seguramente los de la mesa del bar derruído de la esquina tendrán algo para opinar y cuestionar. El fracaso los apelmaza en el copetín.
En la foto, el bar de Seinfeld
5 Comments:
Genial!
Gantman: muy buen post. Me acordé de vos cuando ví el Clarin del sábado y advertí que dedicaron casi un tercio de la tapa al triste Británico y la lucha por evitar su ocaso...
A propósito del bar de Seinfeld, una buena nueva: libro sobre Jerry, editado en la Argentina:
http://www.cuspide.com/detalle_libro.php/9506947627
César
algunas cosas de las que decís están buenas. incluso yo insisto con eso de que la literatura ha fomentado bastante que los que escribimos creamos que en los bares es donde uno va a encontrar la inspiración.
yo insisto en que la escena del bar en una novela ya está demasiado repetida. en la literatura argentina, que es el tema que yo relacioné con esto, ya han sucedido demasiadas cosas en los bares. ya es trillado, ya no me interesa que me cuenten cosas que suceden en bares porque eso es antiguo, ya lo leí a cortázar, a borges, a roberto arlt y ellos lo han contado, punto. ahora yo sólo quiero que las cosas sucedan en otro lado, en un supermercado, no sé, pero me choca leer que algo está sucediendo en un bar gracias a esa insistencia que vos remarcas, esa especie de apología del cortado que ya se ha convertido en un lugar común de la escritura de ficción argentina.
saludos.
Lo que decís de la pasividad argentina encarnada en los bares es cierto, aunque no me gusta mucho generalizar a todos los visitantes de un bar.
Yo creo que además de esos estáticos bebedores de café (que también se pueden observar en los pubs de Dublin frente a una cerveza y una vela), en los bares se han hecho cosas importantes.
En un bar le declaré mi amor a la mujer de mi vida (después de haberla conocido en el 60 Panamericana Ford el 31/12/2000 a las 9 de la noche), y a partir de ahí empezó una historia que ya lleva 5 años y 2 hijas preciosas.
En un bar he resuelto viejas disputas con amigos, que siempre se arreglan, gracias a Dios.
En un bar, también, he escrito y he leído, sobre "esas mesas que nunca preguntan".
Perdón por cierto egocentrismo implícito en este comentario, pero a lo que voy es a que los bares también pueden ser escenarios de hechos importantes en la vida de uno.
En todo caso, no es culpa de un bar que en sus mesas se sienten personas inmóviles a no hacer nada. Otras personas se sientan a pensar y después obran en consecuencia.
Totalmente de acuerdo con la vision de los digamos "vagos discepolianos" que saben de todo y arreglan el mundo desde ahi....sera por eso que Basile se declara un hombre de cafe....
Una actividad que he desarrollado mucho en bares, particularmente en el Gran Marin (Corrientes y Parana)es observar a la gente que pasa, pero no como una distraccion si no mas bien como un estudio sociologico; es imposible no sacar concluciones de 3 o 4 horas de observacion por sesion, tipica de sabados a la noche con los pibes...
Salute
Post a Comment
<< Home