Se puede interpretar de dos maneras: el final del mundo, efectivamente, o bien que fin tiene el mundo. Que finalidad tiene, si es que debe haber alguna. Nunca creí en las teorías conspirativas y eso me pone en un lugar incómodo. Todos creemos saber que las cosas tienen un motivo oculto, una razón valedera para que lo real, en realidad,sea una ficción para que los hechos que cuentan se muevan en una especie de backstage inubicable. Somos lo que pensamos y somos jodidos.
Pero si adhiero a la idea de que las sociedades suelen moverse con estímulos acompasados. Con síntomas diferentes pero que apuntan a un mismo fin. Son tiempos estos en los que los analistas de los comportamientos sociales (un polaco Bauman, por ejemplo) nos cuentan que los individuos hoy se mueven motorizados por un deseo de satisfacción inmediato. Una vida de consumo que otorga un placer inmediato y que se agota luego de producida la transacción. Adquirir bienes es por si misma una satisfacción más alta que su posterior uso.
Al tiempo, nos gobierna una idea acerca del fin del planeta. Una sensación de que el mundo se está agotando, los recursos escasean, el calentamiento global nos va a eliminar, los alimentos van a faltar y las catástrofes están más cerca que el Mundial de Sudáfrica 2010.
Pues bien: no creo una mierda en eso. Sé que ninguna advertencia de catástrofe funciona si no existe la sensación de peligro inminente. Un mensaje de peligro sin que el infunda temor no causa efecto. Al tiempo, la sensación de
no future es la base para que una sociedad entienda que su felicidad se cocina hoy mismo, sin espacio para lo que antes se llamaba la cultura del ahorro, la necesidad de pensarse a resguardo dentro de unos años.
El boom de consumo argentino no tiene que ver con una bonanza económica, sino con un modo de vivir que atañe a las sociedades capitalistas. Miren los comerciales de bancos (el tipo que se está por morir, se salva y pide un crédito) y hasta de shampoo (
La Vida es Ahora, dice Sedal)
La ausencia de mañana no tiene que ver con un futuro negativo, sino con la imperiosa necesidad de experimentar el presente de forma rabiosa.
Por eso Al Gore le vende su receta para combatir
tsunamis express a las organizaciones que sienten culpa por algo.
El mundo es maravilloso. Así, como está ahora. No compro el peligro sustentable.
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